Las fiestas navideñas siempre son una oportunidad para reunirnos en familia, y este año no fue la excepción. Nos reencontramos rodeados de hijos y nietos, disfrutando momentos que solo la unión familiar puede ofrecer. Sin embargo, entre risas y abrazos, algo nos entristecía: habíamos dejado solo a nuestro pequeño gato, Tobi.
Yo, que había jurado no tener más mascotas ahora que los hijos ya no viven en casa, me encontré redescubriendo la alegría que un animal puede traer al hogar. Con Tobi, hemos aprendido a disfrutar de pequeñas pero satisfactorias experiencias que no esperábamos.
En mi familia, siempre hubo espacio para las mascotas, de todas las especies imaginables. Los últimas dos felinos fueron: Miguelón y Única. Miquelón fue llevado por mi hija, quien insistía que era macho… hasta que un día su vientre empezó a crecer. Una visita al veterinario reveló el secreto: Miquelón era, en realidad, Miguelona, y estaba embarazada.
Cuando unos ratoncitos empezaron a merodear por el patio, la idea de tener otra mascota volvió a surgir y mi vecino Miguel (abrumado por las camadas de gatos en su marquesina) impulsó esta decisión, “Llévate uno”, me dijo. Así lo hice. lo llevé a vacunar y desparasitar, pero esa misma noche, el pequeño Houdini escapó de la casa. Hoy sé que vive como un bandido en la comunidad.
Recientemente, nos regalaron otro gatito, al que llamamos Tobi. Desde entonces, se ha ganado el cariño de mi esposa y mío. Es un compañero fiel: le encanta dormir en nuestras piernas, nos sigue a todas partes, nos despierta por las mañanas y hasta toca la puerta para subirse a la cama. Además, come con gusto sus bolitas y aprendió rápidamente a hacer sus necesidades afuera.
El dilema llegó cuando planeamos irnos por tres semanas. ¿Qué hacer con Tobi? Temíamos que el tiempo separado pudiera afectar ese vínculo especial que habíamos construido. Salí a comprarle alimentos suficientes y un dispensador automático (porque, como todo buen gato, si la comida pierde su olor, simplemente no la come). También le compramos algunos juguetes para mantenerlo entretenido.
Finalmente, Miguel, el mismo vecino, accedió a visitarlo para asegurarse de que tuviera comida y agua y mostrárnoslo en cámara. Al regresar, nuestra mayor felicidad fue que Tobi nos reconoció inmediatamente. Hoy, mientras escribo estas líneas, está recostado en mi escritorio, vigilando cada palabra como si quisiera asegurarse de que su historia se cuenta con precisión.