La política antimigratoria propuesta por Donald Trump en Estados Unidos y Luis Abinader en la República Dominicana ha generado un intenso debate en la sociedad. La idea de construir muros y llevar a cabo deportaciones masivas no solo resulta ineficaz, sino que también es perjudicial para el tejido social en su conjunto.
En primer lugar, construir un muro es una solución simplista a un problema complejo. La inmigración es impulsada por múltiples factores, como la violencia, la pobreza y la búsqueda de mejores oportunidades.
En lugar de erigir barreras físicas, deberíamos enfocarnos en entender y abordar las causas profundas de la migración. La cooperación internacional y el desarrollo en los países de origen son enfoques mucho más efectivos para reducir la migración.
Además, al etiquetar a los inmigrantes como criminales o amenazas, se alimenta un discurso divisivo que fractura la cohesión social, creando una falsa dicotomía entre “patriotas” y “traidores”.
Los inmigrantes son una parte vital de nuestra economía, contribuyendo significativamente en sectores como la agricultura, la construcción y el comercio. Ignorar sus aportes no solo es injusto, sino que también va en contra del crecimiento económico del país.
La retórica antimigratoria tiene efectos negativos en la salud mental. La incertidumbre sobre su estatus migratorio genera ansiedad y estrés, afectando no solo a los adultos, sino también a los niños, quienes enfrentan un futuro incierto. Es crucial que además de fortalecer controles en la frontera, también promovamos un ambiente de aceptación y reconocimiento hacia todos los ciudadanos que nacieron y han vivido aquí por generaciones.
Uno de cada cinco dominicanos vive en el extranjero y nuestra nación se ha construido sobre principios de inclusión y diversidad. La historia de nuestro país está marcada por la llegada de inmigrantes que han enriquecido nuestra cultura, economía y sociedad. Las políticas que buscan excluir y discriminar van en contra de estos valores fundamentales y deterioran nuestra reputación como una nación respetuosa y civilizada.
En conclusión, rechazar las políticas antimigratorias que fomentan el odio es un paso crucial hacia una sociedad más justa y equitativa. En lugar de muros y medidas punitivas, debemos abogar por políticas que promuevan el respeto y la colaboración con los países emisores. Al hacerlo, no solo beneficiamos a las comunidades inmigrantes, sino que también fortalecemos a nuestra sociedad, creando un futuro más próspero y armonioso para todos.