República Dominicana se encuentra en una encrucijada geopolítica, atrapada entre las tensiones comerciales que enfrentan a Estados Unidos y China. La nueva embajadora estadounidense ha llegado con un claro mandato: restringir las actividades comerciales que el país ha desarrollado con China, el cual ha visto su intercambio con la isla duplicarse en los últimos tres años. Este movimiento no es un acto de amistad, sino una defensa de intereses.
Desde Washington, Trump ha impuesto un arancel del 10% a todas las importaciones dominicanas, además de un impuesto del 100% a las producciones cinematográficas. Esto plantea una inquietante pregunta: ¿es esta una política de colaboración o de agresión? Por si fuera poco, Trump ha hecho declaraciones despectivas hacia los líderes latinoamericanos, dejando claro que los gobiernos deben doblegarse ante sus demandas, lo que refleja una política unilateral insostenible y potencialmente dañina para la soberanía dominicana.
La visita del presidente Abinader a Washington para discutir asuntos relacionados con el comercio y Haití, sugiere que la presión de Estados Unidos va más allá del mero comercio; es un intento de arrebatar el control sobre nuestras decisiones estratégicas. Mientras tanto, China continúa su presencia en el país, y estas declaraciones han suscitado protestas por parte del embajador chino en el país.
Recuerdo hace 15 años observar anclado en Pedernales un barco chino cuando extraía tierras en Cabo Rojo. Este recurso ahora tiene un valor estratégico significativo, y parece estar en la mira de la administración norteamericana.
Mientras tanto, la llegada de una nueva embajada rusa a la isla añade una capa de complejidad a este panorama, sugiriendo que nuestro país podría convertirse en un campo de batalla para las influencias internacionales. Con todos estos actores en el tablero, la inminente inclinación de Abinader hacia los intereses de Estados Unidos podría llevarnos a una pérdida de nuestra autonomía económica. Los dominicanos merecemos tener la libertad de comerciar con quien deseemos, más allá de las imposiciones que vienen de afuera.
La verdadera cuestión es cómo lograremos equilibrar nuestras relaciones comerciales sin dejar que el miedo a una superpotencia dictamine nuestro futuro.
Así que, como buenos dominicanos, nos encontramos entre Lucas y Juan Mejía, navegando este berenjenal político, con el anhelo de preservar nuestra soberanía y asegurar nuestro derecho a decidir nuestro propio destino económico. La libertad no es solo un ideal; es una necesidad.